EL ARBOLILLO

     Hubo una vez un arbolillo, un pequeño e insignificante árbol. Un árbol sin nombre propio, sin frutos deseados. Otros árboles tuvieron nombre propio. Él no. Ésta es su historia.

     Los primeros árboles de los que tenemos noticia son los mencionados por Moisés en el Génesis: el árbol de la Vida y el árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, aquél del que Adán y Eva tenían prohibido tomar sus frutos si querían mantenerse felices en el Edén; pero comer aquellos frutos prohibidos, ofrecidos tentadoramente por la serpiente a la mujer, y por ésta al hombre les abrió los ojos a dos conceptos opuestos: el bien y el mal, argumentos de cuantas teorías dualistas han sido. Milton en su “Paraíso perdido” nos habló de luchas entre ángeles y demonios; don Juan Manuel en su “Conde Lucanor”, por boca de Patronio, nos habla de la lucha entre el bien, siempre victorioso, y el mal, cuando ambos acordaron convivir: el Mal astuto y pragmático convenció al Bien de que sería conveniente para ambos procurarse algún ganado con el que alimentarse, y propuso criar unas ovejas. Cuando estas dieron corderillos, el Mal propuso repartir los frutos de su negocio y eligiendo primero tomó la lana y la leche de las ovejas, dejando los corderos para el Bien; luego comenzaron a criar cerdos. Cuando estos parieron procedieron al reparto de los frutos y dijo el Mal: “Puesto que antes te quedaste con los corderos, seré yo quien me quede ahora con los lechoncillos y tú te quedarás con la leche y pelo de las cerdas; el Bien aceptó con candidez. Más tarde decidieron que sería bueno tener algunas hortalizas y plantaron nabos. Cuando crecieron el Mal engaño de nuevo al Bien, diciéndole que tomara las hojas, que él tomaría lo que estaba oculto bajo tierra, aún a riesgo de no obtener nada. También plantaron coles y el Mal dijo: “Como fui yo quien me quede con la parte subterránea de los nabos, será justo que tome ahora la parte que se ve de las coles y tú quedes con lo que hay bajo tierra”. El Bien sin rechistar aceptó. Estaban así las cosas cuando decidieron tomar una mujer para que les ayudara. El Mal dejó que el Bien tomara la mujer de cintura para arriba, mientras él tomó para sí a la mujer de la cintura para abajo. La mujer trabajaba durante el día con sus manos y hacía las labores que beneficiaban al Bien y al Mal, pero por la noche era con el Mal con quien convivía maritalmente. Por fin la mujer quedó encinta y le nació un niño. Fue entonces cuando el Bien prohibió que el niño engendrado por el Mal tomara la leche de los pechos de la mujer: “La leche está en la parte de arriba, que me pertenece, y no permito que la tome” dijo el Bien. El Mal desesperado, viendo segura la muerte de su hijo, suplicó al Bien que le permitiera tomar la leche tan necesaria para su hijo, y el Bien le dijo: “Siempre me he dado cuenta de cómo me engañabas, mas nunca dije nada. Ahora te darás cuenta de que siempre el bien prevalece sobre el mal, porque gracias a un bien, dejando que tu hijo mame de los pechos de la mujer, el Bien vence al Mal, pero deberás proclamarlo en alta voz a todo el mundo, para que todos sepan que el Bien vence al Mal con una buena acción.

     Otro árbol famoso por sus frutos es el manzano del jardín de las Hespérides. Sus manzanas eran de oro y obtenerlas fue el penúltimo de los trabajos que Hércules necesitaba cumplir para alcanzar la inmortalidad. Para conseguirlas necesitó engañar a Atlas, que era padre de las Hespérides. Éstas eran enormemente seductoras. Entrar en su jardín suponía caer atrapado bajo el hechizo de sus cantos y no poder abandonar su jardín nunca más, pero de esta tentación estaba a salvo el padre de las ninfas. Además el árbol estaba protegido por un terrible dragón, que se hallaba enroscado a su tronco. El titán Atlas cumplía el castigo que los dioses le habían impuesto de mantener el firmamento sobre sus espaldas, no podía abandonar su misión, que le resultaba excesivamente penosa. Hércules acordó con el titán que le liberaría de tan pesada carga durante el tiempo que necesitara para tomas las manzanas de oro. Atlas aceptó, pero le dijo que él era inmune a los cantos de sus hijas, pero no al dragón que custodiaba las manzanas de oro, que sólo iría si le allanaba el camino matando al dragón. Hércules lo hizo y cuando volvió relevó al titán, dispuesto a soportar el peso del mundo colocando sobre sus hombros la bóveda celeste.

     Cuando Atlas volvió llevaba las manzanas de oro que Hércules debía presentar a la diosa Hera, y se ofreció a Hércules para ser él mismo quien las llevara y así liberarse durante más tiempo de su penosa faena de sostener el firmamento; pero Hércules logró engañarlo, colocó de nuevo el cielo sobre el titán y huyó con las manzanas de oro.

Carlos III

     Pero volvamos a nuestro humilde arbolillo anónimo, que no tuvo nombre, que dio frutos que nadie quiso, pero que tuvo la suerte de tener un amigo que resulto ser un rey: Carlos III. De él dijeron que fue el mejor alcalde de Madrid. Y sabido es que este rey realizó numerosas obras que engrandecieron la capital del reino. No se trata de hacer un inventario de todo lo hecho, pero sí de recordar el respeto que este rey tuvo por la naturaleza.

     En el camino de la Capital a El Pardo se iniciaron unas obras, y el mismo rey requirió a los constructores que evitaran la tala de cuantas encinas fuera posible, sacrificando sólo las indispensables. Manos a la obra, así se procedía, y al llegar a una plaza que se abría, se decidió dejar en su centro un solitario árbol a modo de recuerdo, una especie de monumento natural. El rey, al verlo, entre satisfecho y triste, dijo: "Pobrecillo ¿quién te defenderá cuando yo muera?".

Nota: Los temores del rey estaban bien justificados. Unos años después, durante la invasión francesa, el arbolillo fue talado.

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UNA FRANCESA DE CARABANCHEL

     Teresa Cabarrús vivió en la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII. Conoció el “Gran Miedo” y bajo “el Terror” de Robespierre tuvo que huir de París. Personaje que debería brillar con enorme luz, pero a la que Francia por ser española, y España por considerarla francesa mantienen en injusta sombra. Había nacido en Carabanchel. Hija de un acaudalado comerciante español, que fue director del Banco de San Carlos y ministro del rey ilustrado Carlos III, fue enviada, muy niña, a París para recibir la exclusiva educación, al estilo francés, que la condición familiar requería. En París entró en la aristocracia al contraer matrimonio con el marqués de Fontenay. Tenía dieciséis años. Cuando estalló la revolución, el matrimonio huyó de París, lugar muy inseguro para los aristócratas.

    En Burdeos los marqueses se divorcian. El marqués es mujeriego y, cobarde, pone tierra de por medio, y sobre todo agua, hasta llegar a la isla Martinica. Teresa queda en Francia, sola. Pero Burdeos es un buen lugar, de momento. Los girondinos, cultos, moderados, dominan la región. El Comité de Salud Pública envía a un tal Jean Lambert Tallien a Burdeos. Tallien odia a los aristócratas. Los odia, pero le gusta como viven. Él es hijo bastardo de uno de ellos, pero no se admite su sangre noble, porque un subalterno del palacio en el que nació le reconoce como hijo suyo.

Burdeos. Monumentos a los girondinos
Burdeos. Monumento a los girondinos

     París acusa a los girondinos de federalistas, de querer dividir Francia. Teresa, aristócrata, está en peligro. En Francia tener un título es el mejor pasaporte para acabar poniendo el cuello en el cepo de la guillotina, pero Teresa es culta, lista y además hermosa y, está divorciada. Encandila a Tallien y se convierte en su amante. Está a salvo, y quiere que los demás lo estén también. Poco a poco lo consigue. Tallien, por amor, se modera. La guillotina en Burdeos se oxida por falta de uso. A Teresa, en Burdeos, la llaman “Nuestra señora del Buen Socorro”. Maximiliano Robespierre, el tirano, al que llaman “el incorruptible”, que aterroriza Francia, que ya se ha deshecho de antiguos compañeros, ordena detener a Teresa y hace llamar a Tallien. Las cosas pintan mal para la española. Tallien trata de protegerla, pero actúa con temerosa precaución. Él mismo está en una situación delicada.

     Robespierre va perdiendo apoyos pero es temido. Se va tramando una conspiración, pero toda precaución es poca; mientras, la situación de Teresa es desesperada. Una noche sueña que Robespierre ya no existía, que las cárceles eran abiertas y los detenidos liberados.

     Los carceleros de Teresa le anuncian que pronto caerá el filo de la cuchilla sobre su blanco cuello: otra hermosa cabeza separada del cuerpo. Teresa, al límite, escribe a su amante, le avisa de su próximo final, le cuenta el sueño que ha tenido y añade: “Gracias a tu insigne cobardía, no habrá pronto en Francia alguien capaz de realizar mi sueño”. La carta es la chispa que prende la mecha. La suerte está echada. Los acontecimientos se precipitan. Tallien, por interés, pero también por amor, está en ello, también Fouché, otro jacobino harto de tanta sangre y temeroso de ver correr la suya. Dos días después, el nueve Thermidor(1), los diputados de la Convención se reúnen. Allí, Robespierre va a caer; pero eso será otra historia.

     Teresa Cabarrús, a la que en Burdeos llamaban “Nuestra señora del Buen Socorro”, ahora en el París de 1794, también será conocida como "Notre-Dame de Thermidor”. Se casará con Tallien el 26 de diciembre de ese mismo año. El matrimonio durará lo suficiente para que Teresa tenga cuatro hijos antes de convertirse en amante de Barras, el jefe del Directorio, el mandamás de Francia en aquellos momentos. Tampoco durará mucho esta aventura ni las siguientes, hasta que contraiga su último matrimonio con el príncipe de Chimay. En su castillo vivirá los siguientes treinta años y en él morirá a sus sesenta y dos años.

(1) El 9 thermidor del calendario revolucionario corresponde con el 27 de julio del calendario gregoriano. 
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UN REINO IMPOSIBLE

     Boris Skossyreff decía haber nacido en Vilna en 1896. Siendo por tanto rusa su nacionalidad lo cierto es que era un ciudadano del mundo. A cambio de dinero prestó servicios a varias naciones y se creó una identidad aristocrática a costa de la mismísima reina de Holanda, de la que decía le había concedido el título de conde de Orange.

     Boris había estado en los primeros años de la década de los treinta en Mallorca, donde se dio a conocer a las autoridades de policía de la forma que menos conviene: presunto de casi todo. Estaba casado con una francesa, pero tenía una amante, norteamericana y rica. Su nombre era Florence Marmon y con ella fue con la que, en la primavera de 1934, se presentó en Andorra con la intención de convertirse en rey de aquel pequeño país.

     Hay versiones que cuentan que el aspirante convenció a casi todos los consejeros para que le proclamaran rey, pero que uno de ellos no se dejó embaucar por el farsante, que avisó al copríncipe español, el obispo de la Seo de Urgel, y éste tomó las medidas oportunas para neutralizar al impostor.

     Sin embargo, parece que las cosas sucedieron así sólo en parte: los andorranos dueños de un país pobre, mantenido únicamente con el cultivo del tabaco y poco más, vieron llegar al pretendiente y lo despidieron con cajas destempladas.
 
Seo de Urgel
Aspecto del Hotel Mundial de Seo de Urgel anterior a su reforma.
Fotografía realizada por el viajero a mediados de los años noventa.
      
     Boris, que ya se ha autonombrado Boris I, parte hacia el exilio. No le conviene perder de vista su nuevo feudo, así que no se aleja demasiado. Se instala en la Seo de Urgel, apenas a doce kilómetros de la frontera del país del que ha sido expulsado. El hotel Mundial se convierte en su palacio en el exilio. Comienza a dar entrevistas a cuantos periodistas se acercan a él con papel y lápiz. Anuncia al mundo lo que ha ofrecido a los andorranos: sacar el país de la pobreza, atraer capitales extranjeros que conviertan al principado, bajo su reinado, en una próspera nación llena de hoteles, casinos y negocios de todo tipo. Redacta una constitución y ordena la edición de diez mil ejemplares. En sus diecisiete artículos él, Boris I, dando una apariencia parlamentaria a su nuevo régimen se reserva facultades casi absolutistas. Corre el rumor de que está organizando un ejército financiado, como no, por su ricachona amante americana con el que está dispuesto a recuperar el país que nunca ha tenido. Pero todo va a resultar un sueño. Uno de los ejemplares de la Constitución redactada por Boris llega a manos de don Justí Guitart Vilardebó, el obispo de la Seo, uno de los copríncipes de Andorra, que parece dispuesto a tomar medidas. Tan deprisa y eficazmente que, casi de inmediato ─según cuenta en la edición del día 22 de julio de 1934 el corresponsal del periódico La Vanguardia destacado en la zona─ tres números y un sargento de la Guardia Civil se presentan en el Hotel Mundial. Sus órdenes son precisas: detener a Boris Skossyreff y trasladarlo a Barcelona. Y así sucede, el reyezuelo es detenido. Dicen que aún tuvo tiempo de firmar un decreto declarando la guerra al obispo de la Seo de Urgel. El caso es que en Barcelona es embarcado en un vagón de tercera con destino a Madrid. Dicen que el "monarca" se queja.
     ─No es tercera la categoría que conviene a un rey, aunque no tenga reino.
     Después, la condena y la expulsión de España. Su destino es Lisboa. Un exilio dorado hasta un nuevo intento. Otra vez al asalto de Andorra, como otros, porque Boris no fue el único aspirante al trono andorrano.

Don Justi guitart Vilardebo
En la base del monumento existe una placa.
Mons. JUSTI GUITART
BISBE D'URGELL I
COPRINCEP D'ANDORRA
1920-1940

     Por esta época hubo otro pretendiente. Residía en Checoslovaquia, y también quiso ser rey de Andorra. Se llamaba Charles Wonnes e hizo una propuesta formal. Ofreció su cabeza para poner sobre ella la corona del pequeño país. A cambio, a tocateja, entregaba tres millones de pesetas, cantidad considerable en aquellos tiempos, y prometía dar un impulso a las carreteras y demás obras públicas. Éste, a diferencia de otros, mostraba un talante de rey muy democrático, pues aseguraba estar dispuesto a someter su continuidad mediante un referéndum a los cinco años de reinado para comprobar el amor de su pueblo. Desgraciadamente para Marius I, que así esperaba ser llamado por sus súbditos, no obtuvo el cariño de los andorranos ni siquiera durante cinco minutos y tuvo que desistir de su empeño.
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LA NIÑA QUE LOGRÓ SER REINA

     Fernando VII nació a finales del siglo XVIII. Antes de cumplir los veinte años ya había traicionado a su padre tratando de ocupar su lugar, lo que logró; luego traicionó a su patria entregándola a Napoleón y entregándose él mismo, después de haber reinado apenas durante dos meses; pero al fin, tras la marcha de José Bonaparte, al que el pueblo llamó “Pepe Botella”, fue recibido como “el Deseado”. Desposeído de sus poderes absolutos por los liberales, tres años después volvió a reinar absolutamente. Muy convencido debió estar del aprecio que su pueblo le demostraba cuando se dejó llevar sobre una carroza tirada por doce jóvenes mientras el gentío le aclamaba. La represión sobre los liberales fue terrible. La Inquisición, restablecida, llevaría a cabo, en su reinado, su última ejecución.

     El rey que comenzó siendo querido por muchos, y acabó siendo “el Felón” para casi todos, pasa el verano de 1832 en el palacio de La Granja de San Ildefonso. Su salud no es buena. No es viejo, aún no ha cumplido cincuenta años, pero su comportamiento libertino le está pasando factura. El 14 de septiembre sufre un empeoramiento que hace temer por su vida. El pueblo, que ya no le desea, se refiere a él como “el narizotas”. Rey absolutista, al final ha moderado un poco su tiranía. Su cuarta esposa, María Cristina de Borbón, liberal, que le dio dos hijas, ha tenido que ver mucho en ello; también la hermana de ésta, Luisa Carlota, casada con Francisco de Paula, hermano menor del rey.

     Dos años antes, en la primavera de 1830 la joven reina iba a dar a luz. Si del parto resultaba el nacimiento de un niño, España tendría un sucesor. Los liberales, ahora, casi de su lado, para asegurar la sucesión en la descendencia de Fernando, fuera cual fuese el género del recién nacido, convencieron al rey para que promulgara la “Pragmática Sanción”, que derogaba el Acta Real, una Ley Sálica que estaba en vigor en España desde los tiempos de Felipe V, el rey que ordenó levantar el palacio en el que ahora, en 1832, postrado en su cama, estaba Fernando debilitado física y mentalmente.

Fernando VII

     Era el momento en el que los absolutistas, a cuyo frente se encontraba un hermano del rey, Carlos Isidro, reclamaban los derechos sucesorios, más aún si la reina, nuevamente encinta, daba a luz otra niña.

     Con un rey sin voluntad, con una reina inexperta, tenían que aprovechar la ocasión. Sola, en la Granja, María Cristina se deja persuadir.
     ─Resultaría injusto ─le dicen─ que la corona no recayera en Carlos Isidro. Debe ser así por la gracia de Dios. De lo contrario, sólo Dios sabe lo que puede pasar.
     María Cristina, cede, es convencida y a su vez convence a Fernando, que yace en su lecho, disminuido. El 18 de septiembre, el rey firma un codicilo. Se deroga la Pragmática: Isabel, la niña nacida dos años antes ya no será reina. Los partidarios de don Carlos se frotan las manos. Entre ellos, Tadeo Calomarde, ministro de Gracia y Justicia. El codicilo no se hace público. Piensan que al rey, casi agónico, le falta poco para estar en el pudridero del Escorial. Entonces será el momento de Carlos V.

     Pero los hechos trascienden. Luisa Carlota, puro nervio, con el carácter que le falta a su hermana, corre hasta la Granja. Habla con su hermana, pide detalles, le recrimina su candidez.
     ─¿Dejarás sin corona a tu hija?
     Furiosa busca a Calomarde. Quiere ver la orden por la que se deroga la Pragmática. Calomarde le muestra ufano el codicilo. Carlota, de un manotazo lo coge, da una bofetada al ministro y lo rompe ante sus narices. Calormarde como única reacción balbucea: “Manos blancas no ofenden”.

     Para sorpresa de todos, Fernando se recupera. Le ponen al corriente. Por decreto, deroga el codicilo despedazado por Luisa Carlota. Destituye a Calomarde. Éste, opta por la huida. Terminará sus días en París. Carlos, que ya no será el quinto de los que España pueda tener con ese nombre, marcha a Portugal. Será embajador, lejos de Madrid.

     Ahora sí. A Fernando le queda poco tiempo. Antes, proclama a su hija Isabel heredera al trono. Ya puede morir. Uno de los monarcas que mayor huella ha dejado en su pueblo, la huella de la pisada con la que aplastó la Nación expira en Madrid el veintinueve de septiembre de mil ochocientos treinta y tres.
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SANTO DOMINGO DE LA CALZADA

    De Santo Domingo de la Calzada lo primero que se oye decir es que allí fue donde cantó la gallina después de asada. Y es normal que tal ripio se haya hecho famoso, porque en su catedral hay un gallinero en el que, el viajero no sabe desde cuando, viven a cuerpo de rey dos gallinas blancas, que recuerdan el milagro que allí sucedió.
   
    Ocurrió que una familia de peregrinos de procedencia alemana estaba de paso por la localidad camino de Santiago de Compostela. Los padres y un mozo componían la familia, y sobre éste último puso los ojos la hija de los posaderos de la fonda en la que se alojaron. La muchacha se insinuó al joven en varias ocasiones, pero él, virtuoso o váyase a saber, que la historia no lo dice y el viajero no indagará las razones, rechazó a la muchacha, que dolida y despechada no vio otra forma de vengarse del pretendido que acusarlo de ladrón, escondiendo una copa de plata en el equipaje del joven. Nada más partir los peregrinos, la muchacha denunció la falta de la copa y acusó al muchacho de ser el responsable del robo. Fueron detenidos, y al registrar los bultos descubrieron en los del joven lo robado. Detenido, fue juzgado y condenado a morir ahorcado. A partir de aquí la historia tiene dos versiones, aunque con un mismo final: en una el joven es ahorcado, en la otra su cuerpo no llega a pender de la soga; pero como la protagonista es la gallina, no la víctima de la injusticia humana, imaginemos al peregrino con la soga al cuello, al verdugo moviendo la palanca que dejará caer a plomo su cuerpo y al gentío expectante, mientras el corregidor de la plaza asiste a un festín en el que se dispone a degustar un guiso de gallina; y justo también en el momento en el que, atribulados, los padres del reo irrumpen en la casa del corregidor pidiendo justicia, proclamando la inocencia de su hijo y solicitando la gracia del corregidor, que molesto por la inoportuna invasión vocea:
    ─Juzgado está y por ladrón condenado ─y mientras se dispone a trinchar el ave añade─ Tan imposible será evitar que muera colgado del cuello como que esta gallina vuelva a cantar.
    Y dicho esto, y antes de que le diera tiempo a dar un tajo a la pintada, ésta se alza y comienza a cacarear sin pausa.
    Ni que decir tiene que el muchacho o no fue colgado o se produjo su resurrección. El caso es que fue restituido en su honra, y la mesonera, confesa del ardid, castigada.

    El viajero está en el interior de la catedral, ve el gallinero en lo alto de una capilla de uno de los brazos del crucero y, como ha leído en algún lugar que es propósito de visitantes llevarse una pluma de las gallinas de la catedral mira al suelo. Está limpio como una patena, pero ve una: pequeñita, entre blanca y gris, pero bien formada. Esta de suerte, no es fácil encontrar una. La guarda en la cartera, y se dedica a ver el resto del templo. Justo enfrente del gallinero esta el sepulcro del Santo que da nombre al pueblo. Debajo hay una cripta. El viajero baja. Mientras ve lo que allí hay recuerda que Santo Domingo fue un monje constructor. Tuvo una larga vida, pues vivió noventa años, y al principio fue un ermitaño que pronto se empeño en hacer caminos, puentes, hospitales… que facilitaran el tránsito de los peregrinos, por eso los ingenieros de caminos y los funcionarios de obras públicas lo tienen adoptado como patrón (1).

Santo Domingo de la Calzada. Torre de la catedral
Santo Domingo de la Calzada. Torre de la catedral

     Fuera el viajero mira la torre. Es la tercera que tiene esta catedral, porque las dos anteriores cayeron; la primera por causas naturales: un rayo cayó sobre ella destruyéndola; la segunda por una deficiente construcción: amenazaba ruina, y fue desmontada. La que hoy ve el viajero es del siglo dieciocho, barroca, de tres cuerpos, y la levantó Martín de Beratúa, un vizcaíno que construyó también las dos torres de la catedral logroñesa de Santa María la Redonda. Como el suelo donde debía levantarse la torre era poco consistente, probable causa de la ruina de la anterior, se decidió preparar el terreno para tan gran peso. Cal, arena, piedras y cuernos de toro sirvieron para fabricar los cimientos sobre los que, hasta hoy, se apoya la torre. El viajero callejea por la población hasta llegar a la plaza Mayor, descansa un rato en un café y marcha del pueblo hacia otros destinos.
   
    (1) Santo Domingo tuvo seguidores. Muy cerca, aunque ya en la provincia de Burgos, está la aldea de San Juan de Ortega. El santo que da nombre a este pueblo también obró calzadas, caminos y puentes, aunque más modestamente, y también fue adoptado como patrón profesional. Los aparejadores celebran su fiesta en su honor. El viajero visita San Juan de Ortega. Tiene una pequeña iglesia en la que está el cuerpo del santo, también en una cripta. El templo es famoso porque en los equinoccios de primavera y otoño un rayo de luz penetra por un óculo de la fachada, que mira a poniente, como en casi todos los templos cristianos, e incide directamente sobre un capitel con la representación de una anunciación, produciéndose el conocido “milagro de la luz”.
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LE EXIJO UNA SATISFACCIÓN

    Primero a espada, luego a pistola, nunca autorizados, siempre consentidos, los duelos han venido realizándose hasta comienzos del siglo XX como forma de desagravio a las faltas contra el honor. Fueron duelistas algunos de nuestros más famosos escritores de la Edad de Oro: Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca y sobre todo Quevedo cruzaron sus aceros contra rivales por todo tipo de causas.

    Se dice de Quevedo que durante una visita a la iglesia de San Martín observó como un individuo golpeó a una dama. Dispuesto a castigar tal actitud sobre una señora y en recinto sagrado tomó al sujeto por un brazo y arrastrándolo le hizo salir a la calle. Allí blandió su estoque y atravesó al desdichado que nada pudo hacer contra la pericia del escritor, que prefirió en esta ocasión castigar con su espada antes que con uno de sus cáusticos sonetos. Sucedió en Madrid, el Jueves Santo de 1611.

    Tras la revolución de 1868 y el exilio de la reina Isabel II a Francia, el gobierno dio el pistoletazo de salida para proveer el trono vacante. Varios fueron los candidatos. Dos de ellos eran viejos adversarios a los que les tocó vivir tiempos en los que las afrentas se resolvían en el campo de tiro, y no les faltó tiempo para dirimir sus diferencias encañonándose mutuamente. Enrique de Borbón, hermano de Francisco de Asís, y Antonio de Orleáns, duque de Montpensier, eran los rivales. De ideas bien distintas, el destino parecía obligarles a encontrarse una y otra vez. No en vano eran cuñados. El duque, hijo de Luis Felipe de Francia, se había casado con Luisa Fernanda, hermana de la reina. Ahora, en 1870, siendo aspirantes a la corona, volvían a enfrentarse. Enrique, impulsivo, llamó al duque “pastelero francés”. No tardaron mucho los padrinos de Montpensier en presentarse ante Enrique exigiendo una satisfacción. El 12 de marzo de 1870 ambos rivales tenían entre sí una distancia de diez pasos. Cada uno de ellos portaba en su mano derecha una pistola de fabricación francesa, de los acreditados armeros Faure, Lepage y Mutier. Atentos a lo que sucedía estaban los padrinos de ambos tiradores y los médicos llevados para el caso de que tuvieran que intervenir. El primer disparo correspondió hacerlo a Enrique, que falló. El turno era para el duque, que apuntó y también erró el tiro. Enrique levantó el arma, apuntó de nuevo sobre el cuerpo de Montpensier, apretó el gatillo y volvió a fallar. Otra vez correspondía el turno al duque. Este apuntó, disparó y la bala impactó en una hebilla de Enrique, desviándose. No fue herido, pero Enrique quedó conmocionado. Los padrinos se pusieron de acuerdo en dar por finalizado el duelo, pero Montpensier no se conformó con dar por terminado el duelo a primera sangre, quería llegar hasta el final. Aturdido y muy afectado Enrique se encaró a Montpensier para el siguiente disparo. Falto de concentración volvió a fallar. Era el turno del duque. Este se dispuso a efectuar el disparo. Concentrado, apuntó y apretó el gatillo. La bala penetró en la cabeza de Enrique, que cayó desplomado. Nada pudieron hacer los médicos que trataron de auxiliarlo. Montpensier había reparado la ofensa y, había eliminado a un aspirante al trono, como él; pero el escándalo que se produjo fue grande, y el duque quedó fuera de la liza por conseguir la corona de España.

    Uno de los últimos y más famosos duelos sucedidos en España lo protagonizó el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez. Blasco llevó una vida agitada, digna de las novelas que escribió. Dedicado al periodismo, la literatura y la política, estuvo exiliado en Francia. Perseguido por la justicia, un consejo de guerra lo condenó a dos años de cárcel, que no cumplió, pero le supuso el destierro. También emigró a Argentina donde fundó dos colonias agrícolas, que fracasaron.



    Toda una vida llena de aventura en la que no faltaron disputas y varios duelos.

    El más célebre fue el acaecido en Madrid. Blasco Ibáñez era diputado del partido republicano. Durante una manifestación de republicanos a la que asistía se produjo un tumulto con participación de las fuerzas del orden público. Blasco Ibáñez es golpeado. Al día siguiente en el Congreso se queja. Arremete contra el gobierno y contra la policía, que se siente ofendida. Dos representantes del cuerpo de policía comunican a Blasco Ibáñez que debe nombrar padrinos. El teniente Alestuei en representación de la policía se le enfrentará en duelo a pistola. Alestuei es un reconocido tirador. Las cosas no pintan bien para el novelista. No es su primer duelo, pero no es un profesional de las armas. Alestuei sí, y de los buenos. Luis de Armiñán y Nicolás de Estévanez son los padrinos de Blasco. La situación es muy comprometida por la calidad del rival y las condiciones del duelo: duelo a pistola con una distancia de veinticinco pasos, dos balas en la recámara y treinta segundos para efectuar cada uno de los disparos y, a muerte. Blasco efectúa el primer disparo sin apuntar, al aire. Alestuei falla el suyo, El novelista repite la acción. Alestuei sí apunta y, dispara. Como en otros casos de la historia de los duelos una hebilla se interpuso entre el plomo y el cuerpo del duelista. Blasco salva la vida. Las críticas al duelo fueron grandísimas. Los duelos tenían los días contados. La carrera política de Blasco Ibáñez también.
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EL FRAILE, LOS LOCOS Y LA VIRGEN

    A Carmen, que quiso saber.


    Juan Gilabert Jofré vive en Valencia. Es un religioso de la orden de los mercedarios que el 24 de febrero de 1409 se dirige hacia la catedral. De pronto un tumulto llama su atención. Unos muchachos, con la crueldad de quienes dicen y hacen sin pensar en el mal que causan acosan, insultan y se burlan de un demente que han encontrado en la calle. Jofré los ahuyenta y prosigue su camino, llega a la catedral, entra en la sacristía, y puesta su casulla, desde el púlpito, cuenta lo sucedido. La homilía es puro fuego y quema conciencias, dentro y fuera del templo.
    ─No podemos dejar que estos enfermos, locos y dementes, vaguen solos y, vulnerables, estén expuestos a la maldad ajena─ dice.
    Al poco, Lorenzo Salom, un comerciante conmovido por las palabras del fraile, convence a un grupo de gente que decide pasar a la acción. Apenas un año después se funda, en Valencia, el primer manicomio del mundo(1). Pero el mantenimiento del hospital es costoso y los recursos no abundan. Una nueva iniciativa toma cuerpo y al fin se decide crear una cofradía que se encargue, con las aportaciones de los cofrades y sus actividades, de contribuir al sostén de la institución hospitalaria.

Azulejo del Padre Jofré
Azulejo colocado en uno de los muros del edificio en el que estuvo emplazado
 el manicomio desde el siglo XIX hasta su definitivo cierre en 1.989.

    Pronto la cofradía de clara devoción mariana observa la falta de una imagen que la identifique, y se recurre al padre Jofré para que ayude en su obtención.

     La falta de certeza sobre quién y cuándo fue realizada la primera imagen es probable que haya sido la causa de la difusión de una leyenda sobre el origen de la primera imagen de la Virgen de los Desamparados.

    Cuentan que se presentaron ante el padre Jofré, en el hospital recién construido, un grupo de tres peregrinos. Dijeron que eran artesanos, que sabían tallar y pintar y que se ofrecían, bajo ciertas condiciones, a realizar la imagen que la cofradía necesitaba. Las condiciones impuestas por los peregrinos eran fáciles de cumplir, pues consistían en dejarlos solos sin que se les molestara bajo ningún concepto, y que se les facilitaran las subsistencias necesarias y los materiales precisos para llevar a cabo su trabajo. Viendo que nada había que perder y que lo solicitado no era en exceso gravoso, se aceptaron las condiciones y permitió a los recién llegados alojarse en unas dependencias del hospital.

    Al tercer día, el padre Jofré extrañado de que los peregrinos no dieran señales de vida, preso de cierta impaciencia, acudió a los aposentos de los peregrinos. Ya no estaban allí. Habían marchado sin que nadie lo advirtiera, pero en el lugar donde estuvieron el padre Jofré encontró una imagen de la Virgen.

Plan Sur de Valencia

    Sea cual sea el origen de la imagen lo que sí parece claro es que, según la mayor parte de los estudiosos, la imagen fue realizada para ser dispuesta en posición vertical, aunque en los primeros momentos los cofrades, propietarios de la imagen, la usaron en los funerales de los locos, ajusticiados y pobres, de los que la cofradía se ocupaba, colocándola en posición yacente sobre los ataúdes de los desgraciados y situando unos almohadones bajo su cabeza, que de otro modo aparecía artificialmente levantada. Esto es lo que ha hecho pensar en algún momento que la intención inicial del artesano que la diseñó fuese hacer una escultura yacente. Lo cierto es que la inclinación de la cabeza hacia adelante, que provoca una postura por la que los valencianos cariñosamente llaman a su patrona “Geperudeta”, se debe a que en esa posición la Virgen es capaz de extender su manto sobre todos los desamparados que bajo él quepan y a los que desde arriba cubre con su mirada protectora.

(1) Debido a la ausencia de tratamientos clínicos, el manicomio fundado era llamado hospital, donde más que curarlos, se les asistía como buenamente se podía y a los más perturbados se les aislaba, impidiendo que los orates vagaran descarriados por las calles.

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