EL CUENTO DE LOS CUENTOS

    Podría decirse que es el cuento de los cuentos. Cuentos de origen persa, egipcio, de la lejana India; también de otros lugares remotos y exóticos: Aladino y la lámpara maravillosa, Alí Baba y los cuarenta ladrones, Simbad el marino...; llegaron a Europa durante el reinado de Luis XIV de Francia, y obtuvieron difusión gracias a la traducción que de ellos hizo Antoine Galland en 1704. Fueron tantos que sirvieron para llenar más de mil veladas y para que un rey persa, Schahriar, tirano y sanguinario, aplacara su furia.

    El rey había descubierto que su esposa le engañaba con un esclavo. Sus concubinas tampoco guardaban la fidelidad debida a su señor y traicionaban su amor con el mismo esclavo que la reina. El rey, enfurecido, ordenó al visir que ejecutase al lascivo esclavo y a su infiel esposa, y él mismo mató a todas sus concubinas. Luego, desengañado, ordenó que le presentaran cada día una muchacha virgen. Se casaría con ella y tras la noche de bodas la mataría. No daría lugar a nuevas traiciones. De este modo evitaría que sus amantes le engañaran. Cada noche el rey yacía con su nueva esposa. Cada mañana asistía a su ejecución. Transcurrieron tres años. Ya no quedaban en el reino más jóvenes vírgenes que las hijas del visir: Sherezada y Doniazada. La mayor, Sherezada, decidió presentarse en palacio con la intención de casarse con el rey. Su padre trató de disuadirla: “Si acudes, si te casas con el rey, será tu fin”, le dijo. Sherezada no hizo caso. Ignoró los consejos de su padre, y contrajo matrimonio con el rey.



    Al llegar la primera noche, Sherezada, dándose cuenta de que el rey no podía conciliar el sueño se ofreció a contarle un cuento. El rey permanecía atento a la historia que le contaba su esposa, pero al amanecer Sherezada interrumpió su narración. El deseo del rey por conocer el desenlace del cuento era tal que se vio obligado a aplazar la ejecución de su nueva esposa.

    La noche siguiente, Sherezada dio fin al cuento que había comenzado la noche anterior y dio comienzo a otro. Al clarear el día aún no había finalizado su nuevo relato, que quedó aplazado hasta la noche siguiente. Así se sucedían los días a la espera de la llegada de sus respectivas noches en las que el rey obtenía el deseado desenlace del cuento interrumpido la noche anterior. Hasta mil noches sucedieron de esta manera; pero al llegar la milunésima noche Sherezada contó a su esposo el último cuento. Para entonces, era madre de un niño de más de dos años y de dos gemelos y, el rey, enamorado, había abandonado toda idea de matarla. Schahriar llamó a su hermano, el rey Schahazamán de Samarcanda. Éste acudió a la llamada. Al llegar quedó enamorado de Doniazada, que vivía en palacio y, por amor, renunció a su reino para poder desposarla. Así las dos hermanas, hijas del visir y nuevo rey de Samarcanda, vivieron dichosas con los dos hermanos, sus esposos, que a partir de entonces compartieron el gobierno del reino y, dice el cuento, una vida feliz.
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EL INFANTE

   Se ha dicho de él que fue una víctima, pero en realidad acabó siendo un instrumento para tratar de herir a su padre. Como suele suceder en estos casos, el misterio, la aparente debilidad del personaje, ha hecho que se le ensalce, se le reconozcan méritos y se le dediquen obras, que más que beneficiarle, han servido para perjudicar a quienes tenían el poder.

    Don Carlos, el hijo tarado de Felipe II y María de Portugal, tuvo mala suerte, desde que nació hasta su muerte. Ya de niño, el barbero real, Ruiz Díaz de Quintanilla, recibió orden de seccionar el frenillo de la lengua del niño. Se esperaba que con esta medida el niño soltara la lengua, es decir, comenzara a hablar, pues pasaba el tiempo y los sonidos que salían de su garganta no se convertían en las palabras que, en un futuro rey, debieran ser entendidas como órdenes.

De niño, Carlos fue llevado hasta Alcalá de Henares para que mejorase su salud
 y comenzara sus estudios. Ni una cosa ni la otra pudo conseguirse.

    Pese a su manifiesta locura se le designó heredero, y como tal gozó de los privilegios correspondientes. Por el tratado de Château-Cambresis se concierta, para el futuro, el matrimonio entre Isabel de Valois y el infante don Carlos. Ella, de doce años de edad, él, un año mayor que ella. Al poco el rey enviuda de María Tudor. Felipe busca su tercera esposa. La encuentra en Isabel, pero está prometida a su hijo. Se redactan de nuevo los pactos del tratado. Felipe II desposa a Isabel. Don Carlos, contrahecho, con una gran giba a la espalda, un hombro más bajo que el otro, un brazo más largo que el otro, igual que sus piernas, también distintas, y orate perdido, todavía conserva un gramo de cordura. Lo pierde al verse privado de su prometida. Entre excentricidades transcurre su tiempo. Vengativo y fuera de sí, inducido por otros, promueve la rebelión en Flandes. Trata de salir de España. Los consejeros del rey lo saben todo. Informan al rey. El rey, quiere a su hijo, pero conoce su estado. Ordena su confinamiento. La locura del infante es incontrolable. Siempre enfermo, unas veces come hasta reventar, otras ayuna hasta desfallecer. Un accidente empeora la situación. Cae por unas escaleras. Su estado es crítico. Se llama a Vesalio, el cirujano del rey, el más afamado de todo el orbe conocido. Trepana el cráneo del desgraciado. Don Carlos parece mejorar. Es una ilusión. Al poco le da por comer hielo. Ya no tiene cura. Nadie sabe que hacer. Contrae una pulmonía. Seis meses después, a los veintitrés años muere. El rey asiste a los funerales, dignos del príncipe que fue.

    Shiller en la época romántica escribió su famoso “Don Carlos”, relato basado en la “leyenda negra” y exagerada, aún más, siguiendo la moda tremendista que en el siglo XIX se le daba a la historia. Después, Verdi compuso la ópera del mismo nombre, basándose en Shiller. Un relato mendaz de lo sucedido, pero muy acorde con la mentalidad romántica, y la política de la Italia del “Risorgimento”. Una Italia tratando de despegarse del yugo austríaco tomaba como ejemplo a un príncipe, cuerdo, generoso y leal, libertador de tierras, en lucha con su propio padre y rey.
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