ISABEL II, AMANTE Y MADRE

   La política matrimonial del Estado Español, y de la propia reina madre, doña María Cristina de Borbón, con respecto a la joven reina Isabel II y a los intereses de España, no trajeron para aquélla más que su desgracia conyugal. Convertido el matrimonio de la reina en asunto de Estado, condicionado por las presiones que las grandes potencias europeas ejercían sobre el gobierno español, se impuso el bien de la Nación sobre la dicha y felicidad personales de doña Isabel, que se vio obligada a contraer matrimonio con don Francisco de Asís María Fernando de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, primo suyo, elegido y también obligado a ello, porque según se ha llegado a decir: “su mayor inconveniente era no tener inconvenientes”. Si la vida de Isabel, como reina, estuvo a merced de los espadones dominantes de la vida política, su vida como mujer transcurrió bajo el imperio de la pasión, en la que otros espadones sustituyeron al incompetente rey consorte. 

                                                       * 

   No tarda mucho Isabel en darse cuenta del error de esa boda, y pronto se queja. La falta de una satisfactoria vida conyugal mueve a la joven reina a la protesta. “La cuestión de Palacio” amenaza con convertirse en un sonado escándalo. Apenas acaba de casarse y ya aborrece a su esposo. Advierte a los ministros que las cosas no pueden seguir así: el divorcio sería lo más aconsejable. Más aún dice que en realidad no está casada con Francisco de Asís, pues, durante la ceremonia nupcial, cuando le preguntaron, no dio el sí a Francisco de Asís, y que si se abstuvo de decir no fue por el pellizco que su madre María Cristina le dio. 

   Tan crítica se vuelve la cuestión, que el gobierno trata de enfriar el asunto, calmando a la reina, y procurando que el rey consorte vuelva a Palacio, pues dañado su amor propio como marido –dijo-, lo había abandonado. Exige para su vuelta que el general Serrano, el paño en el que la reina seca las lágrimas de su desconsuelo y alivia las penas de su desdicha, deje Madrid. No parece dejar claro el arrebato de Francisco de Asís si su exigencia se debe a su dignidad de hombre herida o a simples celos. Todo es posible al conocer sus palabras sobre el general bonito: 
   ─¿Serrano?, Serrano es un pequeño Godoy que no ha sabido conducirse. Godoy al menos, para conseguir el favor de mi abuela, enamoró primero a Carlos IV. 

   Cuando Serrano marcha, Francisco de Asís vuelve a Palacio, aunque no solo, porque por otras puertas, empieza a entrar y salir un joven y atractivo marqués. Es Manuel Lorenzo de Acuña y Devite, grande de España y marqués de Bedmar quien ocupa ahora el corazón de la reina. Joven y rico, amante de la buena vida, de los teatros y los casinos, que frecuenta, estaba trabajando en París para la firma Rothschild. El marqués de Salamanca, que socio de los banqueros franceses ve la oportunidad, introduce a Bedmar en Palacio. No hace falta mucho más. La enamoradiza reina sucumbe a sus encantos y a sus propias pasiones.




   Tras Bedmar otros siguen sus pasos. Su naturaleza apasionada y su carácter inmaduro llevan a Isabel de los brazos de un amante a los de otro. Aún así, no olvida la reina sus obligaciones con el Estado. 

   A partir de 1850 y hasta 1855 Isabel II tiene un nuevo amor, José Ruiz de Arana y Saavedra del que, según se cree, queda encinta. El 19 de diciembre de 1851 nace una niña. Se le da por nombre el mismo que el de la madre, Isabel, pero como reproche a su presunta condición de hija ilegítima, siguiendo costumbres de siempre arraigadas en los españoles, se le moteja como “la Araneja”, cuya sonoridad no puede dejar de recordar la de otra insigne motejada del siglo XV, hija, dijeron entonces algunos, de Beltrán de la Cueva, quien poco después sería duque de Alburquerque, como duque es también Ruiz Arana, éste de Baena. Afortunadamente, al crecer la infanta, su respingona nariz permitió mudar el inicial mote de censura por el de “la Chata”, menos ofensivo y más cariñoso, con el que el pueblo la llamó desde entonces. 

   Casi seis años después, a las diez y cuarto de la noche del 28 de noviembre de 1857, en el palacio Real de Madrid, el tocólogo don Tomás del Corral y Oña, catedrático del hospital de San Carlos, atiende a la reina Isabel. Todo discurre conforme la naturaleza dispone. Acaba de nacer un varón, un príncipe. Es un niño aparentemente sano. La alegría de la madre es inmensa. El pueblo también manifiesta su gozo, aunque, con cierta malicia, llaman al recién nacido “el Puigmoltejo”. Y es que, aunque legalmente su padre es don Francisco de Asís, el rey consorte, casi todo el mundo cree saber que el verdadero padre de la criatura es el capitán de ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans, el favorito de la reina entonces, y no el rey, que también había reconocido como propia a Isabel, la primera hija de la reina y hermana mayor de Alfonso. 

   Con un nuevo amante llegan nuevos hijos. Tres niñas: Pilar, Paz y Eulalia, también reconocidas por Francisco de Asís, aunque fruto según las malas lenguas de la relación con Miguel Tenorio, quien además de secretario de la reina, se ocupa de calmar los ardores de doña Isabel por aquellos años. El tiempo y los hechos parecen dar la razón al pueblo, al menos en cuanto a la paternidad de Tenorio de la infanta Paz, pues sus últimos años Tenorio los vivirá en el castillo bávaro de Luis Fernando de Baviera, esposo de la infanta, y en 1916 cuando se abra el testamento ológrafo de antiguo amante real, se comprobará cómo la infanta Paz había sido instituida heredera universal de todos sus bienes, algo si no concluyente, sí muy significativo. 

   A Marfori, quizás el último de los amantes reales, le abre el camino su tío político, el general Narváez. Carlos Marfori es el tipo de hombre que gusta a la reina Isabel. El general Narváez lo sabe y cuando presenta a su sobrino a la reina, puede comprobar como Cupido y él han acertado en el centro de la diana. No habrá descendencia de aquella relación, pero sí amor, afecto o necesidad en la reina por su favorito. Tanto, que cuando en 1868 estalla la revolución, ella de vacaciones en San Sebastián, ante la tesitura de volver a Madrid y mantener el trono, pero sin Marfori, o marchar al exilio, elige esto último con su querido Carlos. También acompañan a la reina fieles cortesanos: Pepe Alcañices, duque de Sesto y, como no, Francisco de Asís, el rey, bien acompañado por Antonio Ramos Meneses.

   La relación de Francisco de Asís y de Antonio Ramos Meneses, venía de antiguo. Sevillano, apuesto y complaciente, conoció en la capital andaluza a una señorita italiana, que se decía era sobrina del papa Pío IX. Antonio dedicó toda su atención a la damita durante una buena temporada hasta que, terminado el idilio y llenos sus bolsillos de alhajas y dinero, se presentó en Madrid con su fortunita. 

Retrato de Francisco de Asís. Museo de BB.AA. de Valencia

   En la capital de España Meneses pasea sus hechuras por el palacio Real, pero la reina, distraída con Tenorio, no se fija en él; sí lo hace, y mucho, Francisco de Asís. Cuando en el año de la revolución septembrina los reyes dejan España y se instalan definitivamente en París, en el palacio de Castilla, antiguo Hotel Basilewski, Francisco de Asís, ya sin el papel institucional que se había visto obligado a fingir, se ve liberado de toda obligación y se retira con su querido Meneses a su nido de amor en la rue du Sueur, cerca del Bois de Boulogne, por el que suele pasear llevando a Puigmoltó, Arana, Tenorio…, que así les puso de nombre a sus caniches. 

   Mientras, Isabel, en su retiro parisino, una vez proclamado rey su hijo Alfonso, va quedando sola. En los últimos años los generales, los políticos que tan frecuentemente habían acudido al palacio de Castilla, dejan de visitarla; y sus amigos van muriendo, como se pierden también, al terminar el siglo, los restos del Imperio que desde casi un siglo antes era la mínima expresión de lo que fue. Van a verla con bastante frecuencia el embajador en Paris, León y Castillo; a veces la emperatriz Eugenia que ya no lo era de los franceses como la reina tampoco lo era de los españoles, desde hacía muchos años y se ocupa de los asuntos del palacio un tal Joseph Haltmann, un húngaro de ascendencia judía, que lleva las cuentas, la administración y ejerce de secretario de Isabel. Es este Haltmann personaje bien curioso. No vive en el palacio de Castilla, pero pasa en él la mayor parte del día y de la noche, para disgusto de la duquesa de Almodovar y el conde de Parcent, que sí habitan el palacio, aunque en pabellones separados, y que cuando Haltmann aparece deben retirarse para que reina y secretario despachasen hasta altas horas de la madrugada en los aposentos de la reina.
    
   Quizás rumores sin fundamento, cotilleos del servicio, o quién sabe qué, quisieron convertir a Haltmann en sustituto de cuantos favoritos tuvo Isabel, pero lo cierto es que el secretario llevaría las cuentas y mantendría la tesorería del palacio con la diligencia de un buen comerciante.

                                                        *

     En marzo de 1904 la reina Isabel viuda ya, pues dos años antes había muerto el rey Francisco de Asís con casi ochenta años, recibe la visita de la emperatriz Eugenia de Montijo. Convalece la reina de una gripe que acaba de superar, pero sale a recibir a su invitada. Se enfría, y cuando con Eugenia regresa a la caldeada sala de la que había salido, lo hace tiritando. Su estado se agrava sin remedio y el nueve de abril fallece. Con honores de reina, pronto iniciará el viaje hacia su último destino: el panteón de los reyes de El Escorial.
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21 comentarios :

  1. Madre mía cuántos amantes, y es que no puede ser de otra manera cuando estás casada a la fuerza con alguien a quien no quieres. Y eso que dicen que los matrimonios de conveniencia son los que menos problemas dan.
    Una vez más un texto muy entretenido.

    Un abrazo Dlt.

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  2. Se la ha tildado muchas veces de "reina ninfómana", pero creo que, en el fondo, era una infeliz, una mujer insatisfecha emocionalmente, casada a la fuerza con un hombre al que no quería y que no conoció verdaderamente el amor, solo el sexo.
    Un saludo.

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  3. Isabel mas que pasión, creo que buscaba comprensión y afecto unido a lo carnal. No tuvo la culpa que la casaran (ni él tampoco) con un hombre que no lo era.
    Quizás el despecho la lanzaran a esa promiscuidad.

    Saludos, manolo

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  4. Qué buen repaso de la historia de los amantes de Isabel II. Estoy de acuerdo con Manolo en la valoración de estos escarceos. No en vano se le llamaba a esta reina la de los "Tristes destinos".
    Matrimonios que nunca se debieron producir. Pero el lado positivo de la cuestión es que la rama de los Borbones enriqueció su sangre :-)
    Un abrazo, Dlt.

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  5. La tradición de amantes e hijos ilegítimos tan típico de los reyes de España. Quién sabe si nuestros actuales reyes descienden de los Puigmoltó por parte de padre o si lo hacen de don Francisco de Asís, que parece gustaba más de compañías masculinas.

    Un saludo

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  6. Hola Marques:
    Como siempre interesante. Una dama que creo buscó su felicidad, y que no la encontró...

    Saludos Amigo. que todo vaya bien

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  7. Ocho apellidos Borbón tenía Isabel II al menos eso creo. Con esos genes, su juventud y obligada a casarse con D. Francisco de Asís-apodado "Paquita"- no es de extrañar que se encandilara del general "bonito" y de todos los que vinieron después. Una estupenda entrada como siempre.

    Saludos

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  8. En la monumental biografía de Isabel II, escrita por Isabel Burdiel, se describe muy bien la personalidad de Don Francisco de Asís y la profunda y crónica inmadurez de Isabel II.

    Una espléndida entrada.

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  9. Se dice que fue en la misma noche de bodas cuando Isabel se da cuenta del tremendo error de casarse con un hombre que no la ama por su condición femenina. Sí, porque Francisco de Asís no gusta de las muejres, sino de los hombres. Poca vista tuvieron los que amañaron un matrimonio entre primos hermanos tan mal construido. Es posible que los manejos de los intrigantes padres de Francisco, siempre en la corte preparando ardides, tuviera mucho que ver.
    En todo caso es posible que ninguno e los hijos de Isabel fuera de su marido, quizá la primera.
    Un saludo

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  10. Lo cierto es que no pudieron buscarle un marido menos adecuado. Ahora bien, es igualmente cierto que ella tampoco logró encontrar alguna clase de estabilidad en sus relaciones clandestinas. Su historial es demasiado extenso. Probablemente más que el de Luis!

    Buenas noches, monsieur

    Bisous

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  11. Fascinante paseo por la "secreta" alcoba de la reina, adornada con variopintos colores. Coincido con La Dame Masquée en que no pudieron buscarle un marido menos adecuado. No sé si es acertado tachar su actividad extramatrimonial de promiscuidad si tenemos en cuenta que esa "estabilidad" que se le reprocha no haber encontrado es difícil obtenerla en "relaciones clandestinas". Tal vez la buscó sin poder hallarla o tal vez no era eso lo que pretendía...

    Saludos

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  12. Tu excelente repaso a la vida íntima de Isabel II deja constancia de qué diferente manera se valoraba el comportamiento de una mujer en el trono. Al margen de su labor de gobierno, los listados amorosos de cualquier monarca varón enriquecían su figura, pero si la protagonista era una reina todos los adjetivos eran sangrantes.
    Saludos, DLT

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  13. Muy interesante y magistralmente hilvanado este relato caballero andante. Lo comparto en G+. Después de mi larga ausencia de los medios informáticos tengo que ponerme al día con sus escritos, que como sabe, siempre me deleita su lectura.
    Un cordial saludo caballero andante.

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  14. He disfrutado con la lectura de los amores y desdichas de esta reina tan poco valorada políticamente ya que ha pasado a la posteridad por sus amores. No sé si como reina dejó un buen legado, aunque parece que no fue muy afortunada porque España porque acabó en el exilio.
    Un abrazo.

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  15. Tan mala reina como mal rey fue su padre.

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  16. Dos desdichados : fueron manipulados por los intereses creados de ambas familias.

    Un saludos DLT

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  17. Leer la historia a través de tus letras es siempre un placer, porque lo haces muy ameno. Curiosa Reina esta, madre de tantos hijos y de diferentes padres. Aún así no creo que fuera muy feliz, porque lo que estaba permitido a los caballeros no era tan bien visto en una dama , tolerada porque era la Reina.
    Un abrazo

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  18. Que vida más infeliz tuvo que tener Isabel; y que triste es, no poder elegir a tu pareja. En resumen, una vida muy ajetreada y más que justificada la cantidad de amantes que tuvo.
    Un placer leerte. . . . como siempre.
    Un fuerte abrazo.

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  19. La pobre tanto buscar la comprensión y el cariño le dieron muchos hijos y, ¿no se dice que son una bendición?

    Besos

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  20. Caray con Isabel II, se las traía la mujer, en el fondo debió ser bastante infeliz, por más amantes que tuviera...
    Muy interesante y amena, como siempre tus entradas
    Un abrazo

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  21. Pena que solo se recuerde a Isabel II por estos temas, España le debe mucho.
    Con respecto a Francisco de Asis no era tan abiertamente homoxesual, o al menos no exclusivamente, tuvo amantes femeninas tanto en España como la condesa de Campo Alange y la cantante Hortensia Schneider en el exilio parisino.
    Nada es tan sencillo como parece, las diferencias entre Isabel y su marido eran en realidad una lucha de poder, Francisco ansiaba una influencia soibre Isabel que nunca obtuvo.

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