Tras la abdicación de Carlos IV a favor de su
hijo Fernando y la captura de Godoy en Aranjuez, que a punto de ser linchado salvó la vida de milagro gracias a la intervención personal del propio
Fernando, los acontecimientos se precipitan de manera rapidísima e
incontrolable. Los españoles, títeres movidos por los hilos manejados por el
emperador Bonaparte, pronto comprenderán que la patria está en peligro.
Los reyes Carlos y María Luisa, sin el amor
del pueblo, sin el brazo protector del amado Manuel, sin mayor aspiración que
salvar el pellejo y su modo de vida, se entregan a Murat, o lo que es lo mismo
a Napoleón. Joaquín Murat, cuñado de Napoleón por su matrimonio con Carolina
Bonaparte es, además, gran duque de Berg, almirante del
Imperio y ahora lugarteniente de las tropas francesas que ya se enseñorean por la
Península Ibérica, toleradas en España, en parte por los acuerdos suscritos con
Francia, pura estratagema para pisar suelo español camino de Portugal; y en
parte por creer, ingenuamente, que eran los garantes del nuevo rey Fernando,
única oposición al odiado Godoy.
Nada más lejos de la realidad. Aunque el 24
de marzo Fernando entra en Madrid, entre vítores, con la esperanza para la
Nación de lo que un nuevo rey supone, pronto se darán cuenta los españoles,
sobre todo el pueblo llano, inicialmente deslumbrado por las marciales
formaciones de un ejército maravilla de Europa, de las verdaderas intenciones
del invasor mandado por Murat, que íntima y secretamente abriga la esperanza de
lucir sobre su cabeza la corona de España. Tampoco Murat verá cumplido su
sueño. España, sí, iba a dejar de ser borbónica, pero sería un Bonaparte su
nuevo dueño. Así lo había decidido el nuevo césar de Europa.
*
Y lo primero que se advierte es la candidez
del nuevo rey. Puede pensarse que sus pocas luces y mala educación tuvieran algo que ver. Testimonio
de esto podría ser la nota que envío a su madre en 1800 cuando avisaba de su llegada
a El Escorial:
“Señora: Mamá mía. Llegué bueno, con ganas
de cenar. Heres mi pichona como dises y te quiero mucho y he llorado porque no
beniste conmigo, que estoy guerfanito de Padre y Madre…”.
Tal
nota corresponde a un infante de España de dieciséis años, al que
ya están buscando esposa y de cuya educación se ocupa Juan Escoiquiz(1). Pero es posible que más que una demostración de
idiotez, fuera un aviso de su doblez. En el mismo Escorial, siete años después,
traicionaría con la ayuda de Escoiquiz a cuantos se comprometieron con él en
una conjura contra los reyes, sus padres. No, no era un idiota Fernando, sino
que estuvo mal asistido, mal aconsejado, y a esa desgracia, no poca para un
futuro rey, añadió de su cosecha un temperamento impropio de un buen
gobernante.
*
Porque
es difícil comprender cómo Fernando, como un ratoncillo tras un pedazo de
queso, fue engañado y atraído por Napoleón hacia tierras francesas, pero así
fue: el general Savary, enviado por Napoleón para ello le dice que Bonaparte
viene a España, que complacerá mucho al emperador que salga a su encuentro. Y
Fernando, convencido de las buenas intenciones del emperador y rendido admirador
de sus gestas, se deja convencer. Primero llega a Burgos, pero el emperador aún
no ha llegado allí; luego a Vitoria, tampoco allí se halla el césar de Europa. Savary,
ladino, se ofrece a Fernando. Aunque Savary tiene órdenes precisas que le
prohíben retroceder, que cada etapa es un viaje de ida sin posibilidad de
retorno, anuncia que irá a Bayona para conocer las causas del retraso.
Mientras, Fernando es advertido por los más sensatos, que no son muchos, para que
regrese, que no siga, que aquello es peligroso. Cuando Savary regresa trae
noticias de Napoleón, eso dice, que regalan sus oídos. Además, le advierte que sus
padres van camino de Francia. Fernando teme que lleguen antes que él al encuentro con
Napoleón. El 19 de abril Fernando llega a Irún, está a punto de entrar en la
ratonera. Al día siguiente cruza la raya de Francia. Muy pronto dejará de ser
rey para convertirse en cautivo. Pocos días después también estarán allí sus
padres.
El mismo día de la llegada a Bayona, casi sin
respiro, Napoleón hace una oferta indigna a Fernando: le ofrece la corona del
reino de Etruria, creación de Bonaparte tiempo atrás y comodín usado más de una
vez, a cambio de la de España, que Fernando ya ha perdido. Por una vez Fernando
se muestra digno. Dice que no. El día 27 de abril, el ministro Ceballos
comunica al ministro francés señor Champagny la negativa de Fernando.
No se rinde el emperador. Si por las buenas
no lo consigue, lo logrará por las malas. El 5 de mayo Napoleón se reúne con
Carlos, María Luisa y Fernando. Bonaparte está colérico al conocer lo que pasa
en España. Ahora todo tiene que pasar por la renuncia de Fernando a favor de su
padre y la cesión de éste de todos sus derechos a favor de su carcelero.
Y lo que pasa en España es que al clarear
las primeras luces del día 2 de mayo de 1808 dos coches de caballos están
dispuestos en las caballerizas del Palacio Real de Madrid. Están preparados para
trasladar a unos pasajeros muy especiales. Son éstos los miembros de la familia
real que aún quedan en España, la infanta Luisa y su hermano Francisco de
Paula, que van a ser trasladados, raptados entendió el pueblo de Madrid, y
llevados a Francia.
*
No mucho tiempo atrás el embajador francés en
España había escrito a Napoleón advirtiéndole del carácter español y la
prudencia con la que le convenía obrar:
“La nación
española no se parece a ninguna otra. V.M. no debe tomar ningún partido antes
de venir a conocer las cosas por sí mismo. Los españoles tienen un carácter
noble y generoso, pero tienden a la ferocidad y no soportarían ser tratados
como una nación conquistada. Reducidos por la desesperación, serán capaces de
las más grandes y valientes revoluciones y de los más violentos excesos”.
No hizo caso el emperador a su embajador y sí
a su cuñado que lo tranquilizó diciendo: “Sire:
con estas tropas y nuestros cañones, respondo de todo”.
*
El pueblo llano, con todo aquello que podía
servirle de arma, cuchillos, hoces, palos, piedras, se enfrenta a los
franceses. Asalta el carruaje en el que se llevan al infante: “¡Que nos lo llevan!” grita una mujer.
Pronto la lucha se generaliza. Hacen falta más armas. Los franceses son muchos
y bien armados. Los españoles, gentes corrientes, creen saber donde
encontrarlas y no se equivocan.
El parque de artillería de Monteleón está
bajo el mando de dos capitanes: don Luis Daoiz y don Pedro Velarde. Cuando
grupos de madrileños llegan a sus puertas en busca de armas, allí ya se está al
corriente de lo que pasa en las calles de Madrid. Las puertas se abren. Los
amotinados se arman. Va a dar comienzo lo que podría considerarse la primera
batalla de la Guerra de la Independencia. Gran número de tropas francesas,
incluido el batallón Westfalia, se dirigen a Monteleón. Comienzan los disparos,
los cañonazos. Primero Daoiz, luego Velarde, caen. Luego lo hará el siguiente
en el mando, don Jacinto Ruiz, teniente, que conviene se sepa su nombre, porque
si su graduación está un grado por debajo de sus jefes, su valor y sacrificio
estuvieron a la misma altura. Se encontraba enfermo cuando los hechos, herido
en un brazo, cubrió su herida con una venda y se mantuvo en su puesto hasta que
una bala atravesó su pecho.
Mientras esto sucedía en el Parque de
Monteleón, en la Puerta del Sol, los mamelucos cargan sobre los españoles, que
rabiosos con lo que tienen a mano responden a los egipcios. Dicen que hasta las
tripas de los caballos eran abiertas por las mujeres con las tijeras de coser.
Si así fue Goya no dejó testimonio de ello en uno de sus más famosos cuadros: La carga de los mamelucos; pero sí se sabe que por llevar
unas, que usaba en el taller de costura en el que trabajaba, fue muerta, a sus
diecisiete años, Manuela Malasaña. Madrid, con justicia, se ha ocupado de que la
historia la recuerde.
Lo que está sucediendo en Madrid empieza a
conocerse fuera de la capital. En Móstoles, Simón Torrejón y Andrés Hernández,
sus alcaldes, publican un bando. Si fueron ellos los autores del mismo o don
Juan Pérez Villamil, director de la Real Academia de la Historia, mucho importará
a la historia, pero poco ahora a los españoles. España está en guerra.
(1) Sobre Juan Escoiquiz se dijo algo sobre su carácter y labor educativa sobre el herededo, en este mismo blog, en “El saber no ocupa lugar”.
(1) Sobre Juan Escoiquiz se dijo algo sobre su carácter y labor educativa sobre el herededo, en este mismo blog, en “El saber no ocupa lugar”.